Por Javier ARISTU
Con vistas a aportar algunos elementos útiles para la reflexión de NDA sobre la actual situación de Andalucía propongo estos aspectos paralelos o complementarios a los que Manuel Pérez Yruela introdujo en su excelente ponencia base para el debate del pasado 26 de abril de 2021.
- La llamada modernización de Andalucía comienza seguramente en los momentos de la segunda fase de la dictadura franquista, los años 60. Unos pocos pero contundentes procesos transforman de manera decisiva las formas de vida y de producción de los andaluces: uno) la emigración, que afectó de manera formidable a una buena parte de la Andalucía del interior; dos) las transformaciones técnicas y productivas (mecanización) en el sector agrícola, que modificaron en parte las tradicionales relaciones sociales ligadas al campo; tres) la urbanización rápida y potente que propició un papel cada vez más importante de las culturas urbanas innovadoras y su conexión con el exterior; cuarto) los procesos de industrialización en determinadas áreas urbanas que provocaron el surgimiento de un nuevo segmento de trabajadores industriales que poblarán los nuevos barrios y darán soporte a una oposición política de nuevo tipo; quinto) la expansión del consumo en todas sus variantes que convirtió a la antigua sociedad de la pobreza en una sociedad de pequeños pero masivos consumidores; sexto) en la fase final de la dictadura (primeros años 70) y a través de la Ley General de Educación, se acometió un importante proceso de universalización de la enseñanza hasta los 14 años que está en la base de la nueva sociedad más culta, alfabetizada y formada que protagoniza la Transición a la democracia.
- Tras la crisis económica de 1973-1977 y el establecimiento de la democracia en esos mismos años, se engendró el proceso sin duda más decisivo e influyente de cara a una nueva modernización de España y, consecuentemente, de Andalucía: la integración en la Comunidad Económica Europea, luego Unión Europea. La incorporación de España a la Unión se traduce para Andalucía en la inyección de financiación, creación de infraestructuras básicas, reforma de instituciones obsoletas, procesos de innovación, apertura de mercados, modernización de las culturas empresariales y, en conclusión, homologación de hábitos y conductas sociales de acuerdo con los parámetros de una sociedad liberal y democrática europea.
- Queda, sin embargo, por discutir si aquel proceso de modernización de Andalucía que trascurre entre 1986 (entrada en la CEE/UE) y 2008 (año de la crisis financiera), en total unos 20 años, atravesó realmente todas las esferas de la sociedad, la economía, la cultura y la política andaluzas. Es indudable que afectó positivamente a bastantes ámbitos de la sociedad y economía andaluza pero, a la vez, hay que decir que seguramente no fue posible, con el solo impulso europeizador, superar los lastres de un pasado fundamentado en la excesiva polarización social, la pobreza, los déficits culturales y educativos y los históricos tics de una administración clientelar. Hacía falta un impulso endógeno y propio y eso, posiblemente, no se produjo durante esos años.
- A su vez, los años democráticos de Andalucía, los que trascurren entre 1982 y 2018, se sitúan en un marco general concreto que condiciona a la región: la creación y desarrollo del proyecto de Autonomía de Andalucía y la integración en Europa. Son años donde las nuevas instituciones autonómicas tenían por delante unas tareas concretas para cambiar, según nos dijeron, la Andalucía del pasado por una nueva Andalucía del futuro y la modernidad. Tal proceso histórico estuvo protagonizado y hegemonizado por un solo partido, el PSOE, que gobernó y dirigió los procesos de cambios estructurales. Ya hemos dicho que la integración en Europa provocó y aportó unas evidentes mejoras y transformaciones. El propio proceso de democratización español implementó formas y actitudes que favorecieron el progreso de la sociedad. La permanencia de un sistema de gobierno con amplios apoyos electorales propició a su vez la operatividad de las medidas que se proyectaron. Sin embargo, tras estas tres décadas de gobierno socialista nos quedan lagunas importantes que no hacen precisamente de Andalucía una comunidad potente en España, a la cabeza de los procesos económicos, de innovación o de modernización. Al contrario, seguimos en posiciones atrasadas, no se ha sido capaz de superar las clásicas brechas que separaron a Andalucía de otras regiones españolas y de Europa en general. Seguimos a la cola en la mayoría de las categorías comparativas. ¿Por qué?
- Entre las varias razones que se pueden aducir a la hora de explicar este atraso me detengo solo en dos argumentos de tipo social y político por entender que resumen a su vez otras varias de tipo sectorial o particular. Una primera explicación la veo en el papel directivo que, refrendadas en elecciones muy mayoritarias, tuvieron las elites políticas encargadas de dirigir este proceso. En este sentido hay que decir que dichas elites no afrontaron con la suficiente energía los cambios de fondo que hacía falta acometer. Se dedicaron más bien a administrar una corriente de «modernización suave y de administración de las cosas» –lo que podemos denominar implementación de un modesto estado de bienestar sin poner en cuestión privilegios de algunos sectores sociales– evitando por todos los medios provocar transformaciones en la estructura profunda de las relaciones sociales en Andalucía. En resumen, asistimos a una nueva modalidad de un laissez faire, laissez passer, que consistió en dejar que la economía de mercado hiciera su trabajo modernizador –que sin duda lo ha hecho históricamente en esta fase y en otras– pero sin proponer por parte de la política –que hay que decir era política en cuanto representación de los intereses de la mayoría– un modelo de sociedad y un horizonte de cambio que modificara las bases constitutivas de aquella «Andalucía del pasado». El resultado fue una modernización o modificación de ciertas estructuras para acompasarlas a un modelo específico socioeconómico afín a determinados intereses económicos y foráneos, pero sin transformar las bases sociales de la desigualdad, el atraso y la marginalidad. Los equipos directivos de este proceso histórico –que incluye a los diferentes gobiernos autonómicos y a los diversos grupos dirigentes socialistas– que trascurre entre 1982 y 2018 no tuvieron interés político en acometer dicha transformación. En resumen: la economía de mercado hegemónica (empresas globales, grandes compañías oligopólicas) hizo su trabajo mientras que la política se dedicó a la administración de las cosas olvidando que la transformación de estas también debe estar en su agenda.
Seguimos en posiciones atrasadas, no se ha sido capaz de superar las clásicas brechas que separaron a Andalucía de otras regiones españolas y de Europa en general. Seguimos a la cola en la mayoría de las categorías comparativas. ¿Por qué?
Una segunda explicación puede residir en lo que llamaríamos la conciencia social del andaluz. Manuel Pérez Yruela hace tiempo definió ese estado de opinión con el sintagma paradoja de la satisfacción. Y, efectivamente, ahí puede estar otra buena parte de las razones que anidan detrás del atraso andaluz. La ciudadanía andaluza, una sociedad que venía de una profunda depresión histórica centrada en la cuestión agraria (propiedad de la tierra, distribución desigual e injusta de la misma, incapacidad para modernizar y reformar la agricultura), la imposible o inalcanzable industrialización (salvo modestas islas en los años 60) y el atraso cultural y educativo, se vio de repente, en los años 80, que podía hablar con libertad, que tenía representantes políticos dominantes frente a los históricos señoritos, que la democracia era de verdad algo tangible y que, por fin, podía sentirse libre. Además, la conquista de un Estatuto de Autonomía en 1982, tras masivas manifestaciones y un singular y difícil proceso de negociaciones políticas, llevó a la conciencia del andaluz la convicción de que Andalucía había roto su maldición histórica y ya se podía igualar con cualquier otra región, especialmente las denominadas «históricas», que eran, además, las más desarrolladas y con las que, como en un espejo, se veían reflejados los andaluces: País Vasco y, especialmente, Cataluña por razones de la emigración histórica. Andalucía habría pasado, nos decían algunos, de la «humillación histórica al orgullo de ser andaluz».
Esa autosatisfacción, en definitiva, bastante generalizada, ha sido un ingrediente fundamental a la hora de explicar estas tres décadas si no de parálisis sí de ocasión perdida, y también para entender por qué hoy tenemos una sociedad desmotivada, frustrada en buena medida, más desigual y más divergente.
A partir de esto se genera esa difusa pero potente conciencia de autosatisfacción de ser andaluz que oscurece o anula cualquier sentido crítico sobre la realidad de Andalucía. Toda crítica o alusión a los defectos o déficits estructurales se achacaban a un déficit histórico provocado por el pasado pero que no se reconocía ya en el presente, o al menos no se aludía a él. Ejemplo: se podía constatar la existencia de un dominio señorial en la tierra durante las décadas pasadas, pero nunca se reconocería que ese dominio, de otra forma y en otra circunstancia social y económica, seguía existiendo aunque gobernaran los socialistas. De este modo, fuimos construyendo entre todos, bajo el manto de la Autonomía andaluza («como la que más») un imaginario cultural y simbólico que nos envolvió a todos: orgullo de Andalucía, pase lo que pase y contra la crítica de nuestros defectos. Para ello debió de jugar un papel extraordinario la propia actuación de las élites políticas que permanentemente enviaron mensajes adulatorios a esa sociedad sin reclamar de la misma unos compromisos de responsabilidad y de cambios de sus actitudes conservadoras. Todo venía bien si ayudaba a ese constructo imaginario de un pueblo andaluz cohesionado y activo ante el agravio externo: las procesiones religiosas presididas por alcalde socialista o comunista, pregones de semana santa tutelados por alcaldes, ateneos reaccionarios que acogían a autoridades de izquierda, consabidas medallas andaluzas a flamencos y folclóricas (siempre acompañadas de ilustres y escasos académicos andaluces), ferias a caballo donde se mezclaban armoniosa e indistintamente ganaderos de garrocha con diputados socialistas. El mitin político se convertía, así, en una combinación de pregón laico que cantaba las glorias de Andalucía y de discurso reivindicativo contra otras regiones que osaban mostrar sus particularidades históricas y culturales. Con lo cual se producía la paradoja de que una «Andalucía original y única» mostraba su rechazo a las originalidades o especificidades de las otras regiones o nacionalidades. Sería interesante analizar los discursos que han ido dando los políticos andaluces durante estos treinta años (en parlamento, en mítines, en medios de comunicación), del gobierno y de las diversas oposiciones, para comprobar la transmisión de este emotivo e irracional mensaje de las «glorias de Andalucía» y cuándo alguien osó transmitir algún contenido crítico a sus propios ciudadanos. Esa autosatisfacción, en definitiva, bastante generalizada, ha sido un ingrediente fundamental a la hora de explicar estas tres décadas si no de parálisis sí de ocasión perdida, y también para entender por qué hoy tenemos una sociedad desmotivada, frustrada en buena medida, más desigual y más divergente, y para comprender cómo se ha pasado de ese cielo protector (“la Junta te lo resuelve sin que tú te comprometas”) a un infierno agresivo en el que en estos días se desempeña desde el reciente graduado universitario hasta el joven trabajador de una mensajería.
Todo lo dicho nos debe llevar a confirmar la necesidad de un diagnóstico crudo y exacto de la actual realidad de Andalucía y la imperiosa obligación de un proyecto social, cultural y político capaz de recoger este inevitable cambio de mentalidad y de formas de producir y de vivir.
30 de abril de 2021
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