Por ANTONIO NARBONA
Según una encuesta realizada por la Fundación Centra, dependiente de la Consejería de la Presidencia de la Junta de Andalucía, más del 90% de los andaluces se sienten orgullosos de serlo e identificados con su acento. Como el mismo porcentaje se sienten tan (o más) españoles como (que) andaluces, estaríamos ante un ‘sentimiento’ muy poco ‘ombliguista’. Leo cuando esto escribo que orgulloso (de su equipo) se declara un famoso entrenador por la victoria conseguida, un diputado (de uno de los partidos en el Gobierno) por haberse manifestado en una protesta social (aunque haya terminado en actos violentos), etc. El abuso de orgullo, concepto de no fácil definición, lejos de erosionar su significado, lleva a deslizar la ‘sobreestimación que genera el logro de algo fuera de lo común gracias al esfuerzo’ hacia la altanería, altivez, arrogancia, vanidad, vanagloria, insolencia, soberbia…, lo que estaría en consonancia con el estereotipo del andaluz como hábil engañador y audaz embaucador, al que ha dedicado Alberto del Campo las 300 páginas de La infame fama del andaluz (2020). Pero la ‘superioridad’ que implica el orgullo es gratuita si emana de algo que viene dado. De hecho, al encuestado no se le pregunta si está orgulloso de/por hablar (en) andaluz, sino en qué medida «se identifica» con «su» acento, y es posible que cada uno esté pensando en el suyo particular, de los varios que se oyen en Andalucía.
Artículo publicado en el diario ABC el 1 de abril de 2021
Deja una respuesta